lunes, 27 de abril de 2009

London Belongs to Me, de Norman Collins

Ya he hablado un par de veces de London Belongs to Me, de Norman Collins, así que poca presentación necesita.

Es de esos libros que, por lo que sea, por el título, la portada, el resumen, crean una expectativas muy altas. Y también es de esos libros que, por altas que sean las expectativas, las sobrepasan con creces.

London Belongs to Me es una novela que no habla del Londres monumental ni del Londres más turístico. Habla del Londres en que vivía la gente normal y corriente entre los años 1938 y 1940. Para más señas, habla, sobre todo, del Londres de la orilla sur que tanto me gusta, aunque el ficticio número 10 de la ficticia Dulcimer Street está situado un poco más al sur de la zona que conocemos.

London Belongs to Me es una novela coral puesto que seguimos los pasos de todos los habitantes del número 10 de Dulcimer Street. Empezamos con los Josser, cuyo padre de familia abre la novela en su último día de trabajo, cuando le vemos volver a casa el 23 de diciembre de 1938 cargado hasta los dientes sobre todo por culpa del enorme reloj de mármol que le han regalado en su empresa de la City por sus muchísimos años de trabajo en ella. Cuando llega a casa conocemos a su mujer, la señora Josser y a su hija Doris. Al día siguiente nos enteramos de que, además, hay un hijo casado y con una niña pequeña.

Debajo de ellos vive la casera, la señora Vizzard, una viuda que vive en el sótano por ser el apartamento más barato y así poder seguir ganando el dinero del que tanto depende. Pronto acogerá al nuevo inquilino del número 10, el misterioso señor Squales que se aloja en el pequeño "sótano de atrás", donde ya sí que no entra nada de luz.

Arriba del todo vive el señor Puddy, un señor que sólo piensa en comer (y la mayor parte de las veces sus comidas preferidas reflejan la peor parte de la comida inglesa por excelencia) y que habla con una voz nasal muy característica.

Debajo del señor Puddy y encima de los Josser viven Connie, una vieja actriz venida a menos (si es que alguna vez fue más) que ahora trabaja en el guardarropa de uno o dos terribles locales, vive por su pajarillo Duke y que sabe echarle siempre mucha cara a todo (para bien y para mal), y, en la puerta de enfrente, la señora Boon y su hijo Percy, que ha visto demasiadas películas americanas y que, en su cabeza, vive en un mundo alternativo y es un optimista irredento.

Y mientras seguimos sus idas y venidas, así como las de algún otro de sus conocidos y un tal Otto Hapfel que trabaja para los Nazis y poco tiene que ver con Dulcimer Street, descubrimos que son reales como la vida misma y van pintando un cuadro muy fiel al Londres cotidiano y de clase media de la época. Con pequeñas - o no tan pequeñas - sutilezas van cayendo mejor o peor, van mostrando diferentes facetas de sus personalidades y se vuelven totalmente tridimensionales. Mis preferidos resultaron ser los Josser y Connie, aunque todos, incluso los que no caen tan bien, tienen su encanto.

Todo eso para describir casi mejor que ningún libro de historia cómo se vivía realmente en esos dos años. En 1938 la incertidumbre y los debates sobre si habrá una guerra o no no tienen fin. Cuando por fin se declara la guerra, no es una guerra de estrategias militares, sino de lo que más me gusta, un relato de cómo vivía la gente normal mientras sobre Londres caían bombas todas las noches. Todo puntuado por pequeños detalles que van desde el té - el muchísimo té - que se bebe hasta la decoración de la época pasando por cosas como el apagón durante la guerra o los viajes en tren y tranvía. Cuando el libro se termina al cabo de sus setecientas y pico páginas lo cierras como recién vuelto de un viaje a Londres, no a este Londres al que llegamos en un par de horas de vuelo, sino del Londres de finales de los años 30.

Lo que da pena es que el libro, publicado en 1945, acabe en 1940 y nos deje con las ganas de saber cómo llegaron - o si llegaron - los habitantes del número 10 de Dulcimer Street al final de la guerra. Los pobres se quedan allí, con cinco años más de guerra por delante. Y son tan reales que cuesta pensar que no tienen un final fijo sino que te puedes imaginar el final que quieras para ellos. Quieres saber la verdad.

Curioseando en internet sobre Kennington, que es el barrio de verdad donde está la ficticia Dulcimer Street, me encontré con una tragedia que ocurrió durante precisamente la Segunda Guerra Mundial. Todo el trasfondo de la novela es histórico así que al ver, cuando ya me quedaban pocas páginas, que el 15 de octubre de 1940 cayó una bomba sobre el refugio situado en el parque* y mató a, no se sabe con exactitud, unas 100 personas, creí haberme enterado del final de libro sin querer y ya me temía lo peor. Para bien o para mal no fue así.

Este es el primer ejemplar del nuevo look de Penguin Classics que compro. La portada con la foto aun más grande me gusta, lo que no me hace tanta gracia es que el nuevo look - por razones ecológicas o monetarias - ha perdido el plastiquillo que antes recubría las tapas de "cartulina". Ahora la cartulina queda al aire y es todo más endeble y el tacto menos agradable. Pero en este caso no hay pega que valga gracias al excelente contenido.

Y lo que tampoco he terminado de entender es lo de contratar a un señor - Ed Glinert - para que escriba la introducción de un libro que no parece haberle dicho gran cosa, al menos esa es la impresión que me deja a mí la introducción que, como siempre, leí al terminar el libro. Él se esfuerza en que parezca que sí, pero cuando no hace más que repetir que comparado con Grahame Green o Evelyn Waugh, Norman Collins y su libro no son nada ni nadie pues da que pensar. Si a eso se le añade que también repite hasta la saciedad que London Belongs to Me es más bien hueco y que sólo pretende entretener al lector puesto que no hay discursos políticos ni sociales pues hace que sea una introducción más bien prescindible. Porque la gracia, creo yo, de London Belongs to Me y la maestría de Norman Collins residen precisamente en eso, que no los hay, aunque eso no signifique que no existan ni sean la intención principal del autor. Los puntos de vista y las vidas de todos los personajes son, en ocasiones, radicalmente diferentes. Norman Collins no entra en si el mensaje de este que arremete contra Chamberlain o de este otro que no tiene ni qué comer son más o menos válidos frente a los demás, sino que deja que el lector que, ya digo, se integra en la novela como si los setenta años que han pasado desde entonces no hubieran transcurrido, saque sus propias conclusiones. Y yo se lo agradezco y lo prefiero, pero por lo visto al señor Glinert le gusta que le den las cosas bien mascaditas y con un barniz más "culto" (y que conste que no tengo nada en contra de Grahame Green ni Evelyn Waugh).

Por cierto que hay una película de 1948 basada en el libro. Tarde o temprano creo que aparecerá en alguna futura Noche de viernes, aunque ya me voy mentalizando de que es imposible que todo el libro haya cabido en ella. También hay una miniserie de finales de los 70 que ya imagino, visto lo visto del estilo de la época, que lo meterá todo con puntos y comas pero aparte de que creo que es inencontrable es que no sé si quiero verla realmente precisamente por eso.

Y para acabar dejo tres de las portadas que ha tenido este libro (quizá haya más). De la de la primera edición me encanta el detalle de la pequeña tetera ya que el té, junto con Londres y como en tantas novelas inglesas, es un personaje más.


* Lo curioso es que muchas casas de la zona que tuvieron que reconstruirse usaron, para sus verjas, nada menos que camillas recicladas (foto). No lo había oído nunca y me pareció muy, muy curioso.

8 comentarios:

  1. Hola Cristina! No recuerdo que conociera ningún libro de los que has hablado en tu blog, aun así leo todos tus comentarios y, no sé el motivo, pero éste me ha parecido de los más interesantes.
    Todavía no tengo suficiente nivel de inglés para leer todo un libro pero éste me lo apunto.
    Un muaquis!

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  2. Rue del Percebe 13 tomando té...bromas aparte, qué rabia da tanto libro y tan poco tiempo ( y más si tenemos en cuenta que, al ritmo que yo leo en inglés, 700 páginas pueden durar 700 días.... Por mi, el señor prologuista puede irse con wind fresh y dejar a los lectores que descubran por sí mismos lo que el libro tiene que ofrecer...

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  3. Y yo pregunto: ¿por qué Londres pertenece al Sr. Collins? Yo también quiero. :-)

    Suena bien para película. Ya nos contarás.

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  4. Leyendo tu entretenida entrada, me he sentido como en la "ventana indiscreta" de Hitchkot. Me ha gustado eso de que el de la introducción se vaya con "wind fresh" de Maelstrom...me reído un rato.

    De las tres portadas que muestras, la tuya es la que más me gusta. Bss

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  5. Esta novela tiene muy buena pinta. Tu reseña me han dado ganas de leerla. Thanks!.

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  6. Hola Cristina,

    Me voy a enganchar con esta novela...

    Tiempo sin pasar.

    Saludos

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  7. Mar: cuánto me alegro. La verdad es que el libro es una joya. Lo mismo un día de estos les da por ahí y lo terminan traduciendo...

    Maelstrom: no te imaginas lo mucho que me ha gustado lo de "13 rue del Percebe tomando té". Espectacular y, lo mejor de todo, bastante ajustado (salvando ciertas distancias). Fresh wind es precisamente lo que necesita el de la introducción :)

    Elvira: eso, eso, hay que compartir, ¿no?Técnicamente Londres le pertenece al señor Josser, que es el que pronuncia la frase. Primero dice que él pertenece a Londres y luego que también Londres le pertenece a él.

    María: sí, es tan real que a veces te sientes incluso más cotilla que James Stewart en La ventana indiscreta ;)

    Insonrible: pues si llegas a leerlo... ya contarás :)

    Cristian: cuánto tiempo, sí. Si la ves por ahí no lo dudes, desde luego.

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  8. Estupenda reseña. Estoy muy de acuerdo. Lo estoy leyendo ahora y me tiene fascinado. ¡Cuánta sabiduría destila! Qué ternura con los personajes más desgraciados. Es admirable y reconfortante. Y desde luego a la altura de Green, Waugh o Maugham.

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