jueves, 16 de julio de 2009

The Golden Child, de Penelope Fitzgerald

The Golden Child, de Penelope Fitzgerald ha sido el segundo libro que leo de esta escritora, y no ha tenido nada que ver con el primero que leí y que, de hecho, escribió después de este. A pesar de lo mucho que me gustó The Bookshop, el libro radicalmente diferente que es The Golden Child no me ha desagradado en absoluto, es más, me ha gustado mucho, porque si hay algo que empiezo a comprobar que es invariable con Penelope Fitzgerald es que cada uno de sus libros es una pequeña (en cuanto a número de páginas) obra maestra. Y ella domina el arte de la escritura y lo demuestra precisamente así, probando aquí y allá, no encasillándose en un género y dominando cualquier tema.

The Golden Child lo compré poco después de The Bookshop y, aunque había algunos otros suyos para elegir, lo que me gustó fue la portada y el guiño a Egipto. Desde tiempos inmemoriales, lo relacionado con Egipto (el Egipto antiguo), me llama la atención con facilidad, sobre todo si tiene que ver con los alrededores de Tutankhamon. Luego, leyendo el libro, es cierto que no tiene nada que ver con Egipto propiamente, aunque sí en espíritu. Me explico: el libro se publicó en 1977 y, por lo visto, en la época había una especie de obsesión con la tumba y el misterio de Tutankhamon* y Penelope Fitzgerald, sin querer herir tampoco sensibilidades, rescató a una civilización perdida, los garamantes, y les dio una tumba (creo que ficticia) con oro por todas partes, un joven niño dentro de un sarcófago de oro y sus correspondientes juguetes e instrumentos para llegar al otro mundo de oro. Todo ello llega a un museo sin nombre que a todas luces es el Museo Británico y crea el pequeño caos que deben de causar todas las grandes exposiciones temporales.

Al libro parece que le cuesta un poco arrancar, pero puede interpretarse como una pequeña muestra de los santuarios que deben de ser los museos, con sus pequeñas trifulcas burocráticas, sobre a qué área le corresponde esto o qué área debe hacerse cargo de esto otro, por supuesto todo aderezado por falta de presupuesto y una exposición temporal, la del niño de oro, que añade confusión y unas enormes colas de horas de espera en el frío para ver por 50 peniques, durante un máximo de 20 segundos, la famosa tumba que, como debe ser, viene acompañada de su maldición correspondiente.

Y de pronto empiezan a sucederse cosas; uno de los trabajadores - podría decirse que el protagonista - que ya tiene lo suyo encima, debe ir a la Unión Soviética con fines de investigación y el viaje no podría ser peor: le pasa de todo y, pese a que parece que no puede ir a más, a la vuelta del viaje aun le pasarán más cosas.

He leído muchas descripciones/críticas de la novela que dicen que es "cómica". Y, sí, es cierto, a veces te ríes, pero es casi más un risa nerviosa e histérica que una risa de algo que hace gracia. Creo yo, vamos. También se juega mucho, eso sí, con los clichés de las novelas policiacas y de misterio. Todo, a pesar de la angustia por el pobre protagonista, muy ameno de leer. Para mí, desde luego, ahora que tengo el catarro prácticamente superado, fue ideal. Hay cosas que cuesta mucho leer entre toses y estornudos, y en cambio Penelope Fitzgerald me acompañó que daba gusto.

El libro también tiene toques serios que cuestionan el fin y el modus operandi de los museos: ¿deberían ser gratuitos? ¿deberían ser gratuitas las exposiciones temporales? ¿debe tener el público acceso ilimitado? ¿es moral tener tesoros sin exponer en los sótanos? ¿qué diferencia una pieza verdadera de una réplica? Cosas que Penelope Fitzgerald plantea y que no hacen más que retorcer aun más la burocracia reinante en el museo ficticio.

* Lo que me recuerda que estos días puede verse en Barcelona la exposición de la réplica de la tumba de Tutankhamon. Manuel, cuando se enteró, pensó que me haría gracia verla pero yo, que ya había visto carteles por ahí, pensaba (y pienso, más después de este libro) todo lo contrario. La verdad es que no tengo gran interés por ver réplicas de plástico o cartón-piedra o lo que sean, mucho menos pagando. Y el caso es que a Manuel sí que le hace gracia, así que igual terminamos viéndola. También me hizo gracia ver una cartel que la anunciaba el otro día y que, igual que otros extraen frases de los halagos recibidos, ellos ponían "Veig coses meravellosas" - La Vanguardia, lo que me hizo partirme de risa (y consiguió que Manuel me mirara como si me hubiera vuelto loca definitivamente). Y es que el famoso "veo cosas maravillosas" o, propiamente dicho, "I see wonderful things" no lo dijo el señor de La Vanguardia, sino el señor Howard Carter cuando, en 1922, vio por primera vez la tumba de verdad por un agujerito.

8 comentarios:

  1. Hola Cristina! Estoy unos días sin entrar en tu blog y me encuentro que has "posteado" (se dice así?) cada día!!
    Me alegro que estés mejor del resfriado y, como siempre, tomo nota de los libros que comentas!

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  2. Hola Mar, pues lo cierto es que salvo los sábados y algún que otro día suelo publicar todos los días :) Verborrea y todo eso ;)

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  3. Nos comentas reflexiones muy interesantes que plantea este libro sobre la museística. Así que me lo apunto.

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  4. Si te interesa el tema desde luego el libro es curioso. Un poco una parodia también, pero lo básico supongo que es - o al menos lo era a finales de los años 70 - cierto.

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  5. Aunque no sé inglés como para leerme libros que no especifiquen el nivel,...poco después de leer tu entrada de "The Bookshop" compré el libro. Le tengo en casa para ese momento en el que el inglés y yo formemos algo más que palabras extrañas en mi cabeza.
    Por lo que cuentas este libro tiene algo especial. Me gustan mucho las preguntas que se hace la autora. Te deja con ganas de saber más...
    Besos!!!

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  6. Pues si no lo traducen espero que algún día puedas leer The Bookshop, aunque sea despacito y con la ayuda de un diccionario, porque estoy segura de que te encantará.

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  7. Creo que lo disfrutaré así que nada, me lo apunto. Me ha gustado el planteamiento que has hecho del argumento y la relación que tiene con aspectos que aún debatimos los historiadores y los expertos en patrimonio. Este mundo ha cambiado poco desde los años 70.

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  8. Yo lo compré en La Central y hace poco vi que aún tenían alguna copia, así que si te pasas por allí y te interesa el tema no te lo pienses más.

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