lunes, 30 de noviembre de 2009

Bizcocho de Coca Cola y chocolate

El nombre del bizcocho quizá requiere el mismo tipo de fe culinaria que el de calabacín y chocolate, igual que mi palabra de que está rico-rico y que no sabe en absoluto a Coca Cola.

Esta semana teníamos sequía de ideas. Queríamos algo que fuera diferente a las galletas y las madalenas de las dos semanas anteriores y si daba juego para estrenar un molde redondo y "fijo" (de no abrir y cerrar, vaya) que había comprado hace unos días mejor que mejor. Pero como siempre y en la metáfora de Alanis Morissette "It's like ten thousand spoons, when all you need is a knife" (es como diez mil cucharillas cuando lo que buscas es un cuchillo). Así que galletas y madalenas las había tentadoras por todas partes, bizcochos redondos y que no fueran repetidos (Manuel es reacio a repetir, aunque ya he cursado la solicitud de repetir el pastel de zanahoria algún sábado de estos) no tantos, por no decir que el único candidato serio era un bizcocho de clementinas que sin tener mala pinta y sabiendo que lo haremos en breve no terminaba de llenarnos de entusiasmo, al menos a mí.

Así que entré en la web de la BBC y fui mirando receta por receta por receta con el optimismo de encontrar - más pronto que tarde - algo más tentador. Y así fue. Una receta que me llevó (no directamente, la búsqueda la hice yo) al vídeo del mismísimo inventor de la receta cocinándola: James Martin y su "chocolate cola cake": bizcocho de Coca Cola (yo uso la marca, ¿para qué engañarnos diciendo cola en abstracto cuando todos pensamos en las mismas letras blancas sobre fondo rojo?) y chocolate. Cuando vi a Manuel después de haberla encontrado y como fanático de la Coca Cola que es, pensaba que le entusiasmaría. Y todo lo que me llevé fue un... "pero el chocolate y la Coca Cola no saben bien juntos". Y ahí fue cuando empecé a predicar de nuevo la fe de que la Coca Cola, igual que el calabacín, pero con otra misión en la vida, lo único que hacía era afectar a la consistencia del bizcocho no al sabor. Él ya se había hecho a la idea de las clementinas pero le traje al lado oscuro (el lado del chocolate y la Coca Cola) explicándole cómo había que hornear la masa de inmediato en cuanto estaba hecha puesto que el bicarbonato sódico y la Coca Cola tenían una reacción química de inmediato. Ahí estuve bien y gané.

En este punto para llevaros a todos al lado oscuro de la Coca Cola y el chocolate si es que la reacción química no os ha terminado de convencer no puedo resistirme a poner una canción cursilísima, pero muy retro que seguro que trae recuerdos a diestro y siniestro (yo, por ejemplo, recuerdo haberla cantado como villancicos de esos de último día antes de las vacaciones de Navidad, con la letra modificada para mayor toque navideño)*.




* (De hecho ahora descubro que el que yo conozco seguro es el de 1990, que no encuentro en la versión española, pero en inglés está aquí, con la melodía de Coca Cola mezclada. Sí, sí, ese es).

El caso es que el sábado nos pusimos manos a la obra y segundos antes de meter al horno el molde comprobamos cómo, efectivamente, a la superficie salían montones de burbujitas de gas. Al horno que fue y por segundo sábado consecutivo toda la emoción de telehorno consistió en la enorme subida de la masa en el horno. ¡Impresionante! Hubo unos breves momentos de ¿se saldrá? ¿no se saldrá? Pero de momento hemos tenido suerte y las masas se han autocontenido. Al rato comenzó una divertida sesión de erupciones volcánicas que había que ver para creer. Y mientras, el pastel crecía y crecía y se hacía enorme. Y olía que alimentaba, claro está.

Al cabo del tiempo marcado y cuando la aguja salía limpia lo sacamos y nos pusimos con la cobertura. Por supuesto lo de esparcirla y demás se lo dejé a Manuel. Definitivamente, como lo de medir y pesar, eso es "lo suyo". Una vez añadida la cobertura, coger el plato con todo listo era como hacer pesas.

Y lo que cuenta de verdad (aunque sólo por el espectáculo de telehorno ya es una receta que merece la pena): lo rico que está. Manuel de nuevo ha sido menos entusiasta de lo que me imaginaba. Le ha gustado pero dice que con tanto gas se lo imaginaba mucho más ligero y eso que no ha quedado nada mazacote. Y, en esto coincido con él, la cobertura sobra y no aporta nada. Pero yo sí que soy entusiasta y la diferencia radica en que a Manuel le gustan los bizcochos que quedan no secos, pero sí más tirando a pan que a tarta. Yo en cambio en eso no tengo preferencia por nada y los bizcochocs que quedan humeditos me gustan mucho. Manuel protesta porque lo tiene que comer con cuchara (que no hace falta en realidad) y yo disfruto con la sensación del bizcocho de sabor delicioso que se deshace en la boca sin necesidad de masticarlo.

Y lo que decía, por si hay por ahí escépticos de la Coca Cola: no sabe en absoluto a Coca Cola. Sabe al cacao que lleva y, sin ser especialmente ligero, tampoco es particularmente pesado. Muy comestible y me atrevería a decir que para todos los gustos.

Aseguro que no estoy patrocinada - ¡ya me gustaría! - por Coca Cola ni nada parecido. Y eso que cuando estaba enfrascada en telehorno me di cuenta de que la tarde realmente estaba patrocinada - de forma gratuita, eso sí - por Coca Cola puesto que mi camiseta de estar en casa era de propaganda de Coca Cola también. ¡Ni hecho a propósito!

(Nota para los señores de Coca Cola que puedan estar leyendo esto: me conformo con pagos en especie en forma de Coca Cola de vainilla, que ya sólo nos queda la última y triste botella parisina. De hecho me conformo incluso con que la comercialicen aquí, aunque la tenga que pagar de mi bolsillo. ¿Trato hecho?)

Bueno, lo dicho, que muy recomendable.

Y por la noche en la sesión de cine clásico: Small Town Girl (Una chica de provincias), de 1936, con Janet Gaynor y Robert Taylor y James Stewart en un papelito minúsculo. El principio me hizo gracia porque aunque aquí fuera contado en plan comedia si se hubiera escrito con otro tono podía haber sido todo un dramón.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Primera velita de adviento

Qué gusto llegar a casa y dejar fuera el fresquito, el diluvio universal (y los odiados pies mojados de rigor) y encender la primera velita de este adviento con el calendario de adviento de fondo, deseando abrir también la primera ventanita.


Y hacerse un delicioso té blanco de vainilla.


Y acompañarlo con el bizcocho de... ¡shhhhhh! eso mañana.

viernes, 27 de noviembre de 2009

40

Hoy sólo quería felicitar a mis padres por su

40

(cuatrigésimo para los puristas) aniversario de boda.



Música para el recuerdo: Those Were the Days, Le temps des fleurs (la que seguro le gusta más a mi madre, por el idioma) o Qué tiempo tan feliz, la misma canción cantada en esos idiomas por Mary Hopkin en 1968, un año antes de su boda.

Y llegan a ellos de lo más viajeros: este fin de semana en Córdoba y el siguiente (puente) en Barcelona.

¡Felicidades!

jueves, 26 de noviembre de 2009

La obsolescencia percibida y el gen complica-cosas

Que no se entere mi cámara actual, pero en Reyes es probable que tenga una sustituta. La sustituta ya está prácticamente elegida y tiene una pinta buenísima. Me queda verla en persona, aunque no sé si es posible porque no sé qué gen raro tengo que me hace elegir las cosas que están menos disponibles. Descubro un libro y puede que en la librería tengan la bibliografía completa de dicho autor con la excepción del libro que me interesa. Busco una prenda de ropa y desaparece de las tiendas de tal forma que parece que nunca haya existido. Busco un ingrediente y da la impresión de que soy la primera persona en la faz de la tierra que ha tenido la idea de cocinar con él. Busco una crema en mil tiendas sin éxito y Manuel va a una y la encuentra a la primera. Entro en una tienda donde sé a ciencia cierta que tienen lo que busco porque lo he visto infinidad de veces y me informan de que está agotado o, peor, que ya no lo trabajan. Voy a una tienda donde tienen montones de cámaras de fotos de todos los tipos, tomo nota de unas cuantas, llego a casa, miro en internet y me topo con la cámara que quiero de rebote, porque no estaba en la tienda y me ha salido en una esquinita de la web cuando consultaba las prestaciones de otra. Cosas así le dan aliciente a la vida algunos días y son agotadoras otros días. Depende de cómo se lo tome una.

El caso es que parece que la cámara elegida está sólo a la venta por internet, al menos de momento*. Y antes de comprarla yo quería ver si era del tamaño adecuado (me gusta llevarla siempre en el bolso y no quiero llevar un bolso enorme), pero si no queda otra habrá que seguir el camino marcado por el gen que complica las cosas.

Mientras tanto yo sigo disfrutando de mi cámara actual, que si no fuera porque de vez en cuando se rebela a la hora de encenderse y me hace perder minutos mientras se abre y se cierra y de paso gasta la batería a toda velocidad no creo que la cambiase. Una vez le comenté a Manuel lo mucho que me había impactado el concepto de "obsolescencia percibida" y el tío (cuyo móvil tiene aún pantalla en blanco y negro y nada de sonidos polifónicos ni fotos ni radio ni nada de nada más que agenda telefónica, llamadas y mensajes de texto) no me ha dejado olvidarlo desde entonces. Así que hasta que mi pobre cámara de cinco años (soy consciente de que en realidad no son tantísimos) no se ha escacharrado un poquito no he podido ni pensar en una nueva. Y está bien así. Además con todas sus limitaciones adoro mi cámara actual desde antes de comprarla y estuvo muy a la altura de lo que buscaba cuando la compré.

Y me sigue teniendo entretenida con las imágenes y las funciones más simples, como el otro día en el Starbucks.


* Ooooh, actualización en tiempo real: hay una tienda que dice que la tiene allí y se puede ver. ¿Alguien duda que cuando me pase a) habrán vendido hasta la maqueta de muestra o b) el chico se habrá confundido de modelo al decirme que la tenían por teléfono?

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Nella Last's Peace

Y después de la guerra se supone que llega la paz, aunque en la continuación de Nella Last's War y a pesar del título, Nella Last's Peace, las cosas no están tan claras.

Los años que siguieron a la guerra son los años de la austeridad británica. La guerra había terminado, pero el racionamiento y la precariedad continuaban en un país que literalmente estaba al borde de la bancarrota. Habían ganado la guerra, sí, pero la gente normal lo único que notaba era que seguía habiendo escasez de alimentos y que la ropa y otros productos de primera necesidad no sólo estaban racionados sino que, incluso con los puntos correspondientes, eran dificilísimos de encontrar. A eso se le suma la vuelta progresiva de los soldados del frente y los escasos alimentos que tienen que alimentar aun más bocas. Por no hablar de todas las viviendas no habitables y, por tanto también, la escasez de techos bajo los que vivir dignamente.

Fueron años muy difíciles - el racionamiento duró hasta 1953, cada vez más relajado, eso sí - en los que además el espíritu de trabajo en equipo se había esfumado puesto que ya no había nada contra lo que luchar ni soldados a los que apoyar en su lucha. Para Nella Last, desde luego, los años de paz que van inmediatamente después de la guerra son mucho peor en todos los sentidos - de ánimo, de calidad de vida - que los años de la guerra en sí.

A pesar de haber ganado la guerra, la moral general estaba en horas bajas. La Primera Guerra Mundial, hasta la Segunda, se había conocido como "la guerra para acabar con todas las guerras" y la Segunda había echado por tierra el mito. De modo que la reconstrucción después de la Segunda está marcada más por un "¿cuándo será la próxima?" que por la alegría generalizada de la victoria. Y los estómagos vacíos nunca fueron buenos para subir los ánimos.

Ya comenté que los millones de palabras que escribió Nella Last de momento sólo hacen posible que lo que leamos sea una selección de todo lo que enviaba religiosamente cada viernes a las oficinas de Mass Observation. Pero es curioso como otros editores casi le dan otra voz. Nella Last's Peace comienza horas después de concluir Nella Last's War y así fue como yo los leí. Y sin embargo al empezar Nella Last's Peace me costaba un poco hacerme a la idea de que era la misma voz. Luego ya me acostumbré, pero al principio fue muy extraño. Aparte, la política editorial de este tomo es centrarse en Nella, en sus reflexiones internas, en las quejas de su marido y en el mundo austero que la rodea. Y, claro, eso hasta cierto punto es manipular al lector. A través de pequeñas aclaraciones y por el epílogo sabemos que Nella Last no sólo se quejaba de su marido. Se quejaba, sí, pero también de vez en cuando le dedicaba buenas palabras. Si lees sólo la selección de artículos no lo creerías posible.

Además, y pese a conservar su invencible sentido del humor, muchas veces Nella cuenta que está enferma o se encuentra mal ("I bought a little box of rouge, feeling I needed it inside rather than outside" (Me compré una cajita de colorete, sintiendo que lo necesitaba más para el interior que para el exterior)). Normal, en parte, después del esfuerzo mastodóntico de la guerra y en parte porque ha vuelto a la vieja rutina, no sin un poco de auto-afirmación frente a las imposiciones y las costumbres de su marido. Pero ahora pasa más tiempo en casa de lo que le gustaría, aunque tiene un círculo de amistades mayor que al empezar la guerra. Por desgracia, el servicio voluntario de mujeres se vuelve - o las autoridades así lo consideran - innecesario al acabar la guerra, cosa con la que Nella no está en absoluto de acuerdo. Más de una vez la vemos queriendo ayudar y sabiendo que puede hacerlo y que hay gente que lo necesita pero sin saber cómo ponerse a ello. De todos modos, cuando lo consigue, al igual que en la guerra es admirable la generosidad de esta mujer. Admirable.

Los editores, en cambio, consideran que las crónicas de sus visitas a Londres, a Irlanda a ver a su hijo y a su nuera (y hacia el final también a su primer nieto) y las visitas de estos se pueden reducir a un mero resumen con algunas citas textuales de Nella. Y siempre que llegaba uno de esos yo me quedaba un tanto chafada. Vemos a Nella preparar el viaje o la visita y cuando llega el día nos encontramos con un pequeño resumen que estoy segura de que no está a la altura. Y después retomamos la rutina y Nella cuenta cosas veladas que estoy segura de que, de haber leído las entradas pertinentes, quedarían más claras. Entiendo que los editores se han querido centrar en la rutina diaria y no en lo excepcional, pero me hubiera encantado leer esas cosas por mí misma.

Pero bueno, quejas aparte, siempre es un placer leer cualquier cosa que Nella Last decida contar. De vez en cuando se pregunta cuánto habrá escrito a Mass Observation a lo largo de los años y confiesa de nuevo su sueño de haber podido ser escritora. Se da cuenta de que ahora lo es, más o menos (nunca vio nada suyo publicado en vida), aunque no de la forma que se hubiera imaginado. Con eso de que nos centramos en su rutina, vemos algunos de los libros que lee (clásicos de la literatura inglesa sobre todo), seguimos viendo sus apaños culinarios, su mano con los niños y los animales, sus pequeñas luchas cotidianas y su visión casi siempre muy moderna de un mundo que es predominantemente gris y al que ella, cuando se ve con fuerzas, se afana por darle un toque de color ya sea con una visita de ánimos a algún conocido o mediante sus muñecas de trapo.

Así que por eso a la foto de al lado con el libro en cuestión y el compañero ideal de la época en cuestión que es Austerity Britain de David Kynaston, comprado en Nueva York, (y que, aunque no lo he leído aún, no creo que tarde en caer la continuación que es Family Britain, recién salida del horno, aunque por otra parte puede que me espera a mayo a que salga en tapas blandas... habrá que ver), libros ambos de una época oscura, les puse el toque de color que a Nella Last le hubiera gustado y que se merece: las florecillas (qué pena, en la foto no se aprecia ninguna de las rosas que siempre trae) que Manuel sigue trayendo cada domingo. El campo debe de pensar que estamos en una especie de segunda primavera, con este tiempo que hace.

Hasta que el año que viene saquen la selección de los diarios de Nella Last de los años cincuenta y después de haber pasado estas semanas en su inmejorable compañía, voy a echar mucho de menos a la señora Last.

Y no hay duda: en este caso sí que ha merecido totalmente la pena saltarme mi norma no escrita de no leer dos libros seguidos del mismo autor. Creo que si el libro de los años cincuenta estuviera ya disponible me la habría seguido saltando.

martes, 24 de noviembre de 2009

Noche de viernes: Enid

Unos días antes de que la emitieran, me enteré de que la BBC Four iba a emitir un pequeño biopic sobre Enid Blyton protagonizado por Helena Bonham-Carter (y con Matthew Macfadyen en papel secundario) y como tenía buena pinta le propuse a Manuel verlo el viernes, propuesta que fue aceptada.

Así estaban las cosas cuando llegó la tercera cosa que había comprado con el disco de Bon Jovi: la recién sacada a la venta Cumbres borrascosas 1967 (en blanco y negro y con una pinta... eeeh... bastante espeluznante).

Así que ahí estaba Enid, en una sola entrega con buena pinta y ahí estaba Cumbres borrascosas con pinta bastante peculiar y en tres episodios. Yo alegaba que Enid había ocupado antes el puesto y Manuel alegaba que las Brontë están por encima de todo (no sin razón). El viernes hubo un tiempo en el que, salomónicos que somos a veces, habíamos decidido ver Enid y después el primer episodio de Cumbres borrascosas 1967. Así estaban las cosas hasta que Amanece, que no es poco (por infinita vez para Manuel y primera para mí) nos absorbió, nos hizo pasar un rato con muchas carcajadas por minuto y terminó con las decisiones salomónicas. Y como quien no quiere la cosa nos decantamos por Enid.

Más preámbulos aún antes de hablar del biopic en sí. Resulta que ni Manuel ni yo leímos muchos libros de Enid Blyton de pequeños. Manuel cree recordar vagamente que alguno leyó y sabe a ciencia cierta que vio la serie de televisión. Y yo sé que en casa de mi tía había muchos libros de los Cinco y demás series de Enid Blyton (las torres de Malory, etc.) pero yo es que no fui una niña de mucho leer (leía, sí, Barco de vapor, Fray Perico, Cuando Tina berrea, Querida Susi Querido Paul... pero hasta cierta edad y los libros de Gran Angular y Maria Gripe no comienzan mis verdaderos recuerdos de lecturas; no fui de esa gente que devoraba libros ya desde pequeña, yo tenía otras aficiones como - y no entraré en más detalles - jugar con bolsas de plástico en el pasillo, ejem) así que recuerdo que alguno efectivamente pasó por mis manos pero poco más.

Y aún un preámbulo más. Ahora tendemos a idealizar este tipo de libros, como libros inocentes e inocuos, libros que hacían bien a los niños, los entretenían, les dejaban desarrollar la imaginación, etc. Pero no siempre fue así. En el libro de Susan Hill, ella comentaba la cantidad de padres que, en su día, prohibían a sus hijos leer libros de Enid Blyton: los consideraban pasados de tuerca y pensaban que fomentaban que sus hijos se volvieran unos salvajes. Así que la reacción instintiva hacia juegos y pasatiempos actuales como venidos a menos puede que sea más generacional que real. Comentando esto el otro día con una de mis primas por teléfono me decía que a mi tía no le hacía ninguna gracia que sus hijas mayores vieran la serie de Pippi Calzaslargas, entonces recién estrenada. ¡Y ahora cuánta gente no desearía que sus hijos vean Pippi!

El caso es que llegábamos a la serie con los conocimientos más básicos de la obra de Enid Blyton y con ningún conocimiento en absoluto sobre la autora en sí. Esto último es bueno y es malo. Bueno porque me creía a pies juntillas el personaje que interpretaba de maravilla Helena Bonham-Carter y malo por eso mismo, porque no tengo con qué contrastar la información. Claro que visto lo visto sus hijas - con sólo un año de diferencia entre ellas - tampoco se ponían de acuerdo.

Así que aviso: si alguien adora a Enid Blyton y sus libros y lo de distanciar al autor de su obra no se le da bien es mejor que no vea Enid ni lea nada sobre ella. Porque tal y como se la representa en la película y como la recordaba su hija pequeña, era una mujer egoísta que vivía únicamente para sus libros y que no hacía el más mínimo caso a sus propias hijas mientras que leía con todo el cariño del mundo las cartas de sus jóvenes lectores y organizaba picnics en el salón de su casa con ellos, de los que sus propias hijas quedaban excluídas. Mientras los niños afirmaban desear que Enid fuera su madre, las niñas deseaban que cualquiera menos Enid fuera su madre. Pasaba de ellas, las dejaba en manos de la niñera, se enfadaba con ellas por minucias y daba preferencia a prácticamente cualquier cosa antes que a ellas.

La visión de la hija mayor - que no es la de la serie, probablemente porque la hija mayor ya murió - es un poco más amable. Desconozco si el trato a su primer marido tal y como se cuenta en la película y que va de mal en peor es fidedigno a la realidad.

Quizá si hubiéramos tenido más apego a sus libros nos habría dado por defenderla a toda costa, quizá la serie espera una respuesta así. Pero como no teníamos demasiados lazos con ella nos cayó mal y punto, con un pequeño resquicio de, no comprensión exactamente, ¿apreciación? por la devoción a su obra y a sus lectores. ¿Qué pesa más en la balanza: los grandes ratos que ha hecho pasar a millones de niños con sus cientos de millones de libros vendidos o los malos ratos que les hizo pasar a sus propias hijas y a su propia familia?

La serie la encontré muy bien ambientada y capaz de contar una vida tan prolífica en hora y media. A veces, es cierto, de forma un poco precipitada y los años pasan como segundos pero la ambientación y los personajes consiguen que no te pierdas la cronología.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Madalenas de leche agria y arándanos azules

Por fin salimos de dudas: gracias al envase en inglés y francés de los "aranyons" que tenían en la frutería nueva mencionada hasta la saciedad comprobamos que es el cartelito de la frutería lo que está mal puesto ya que el envase decía claramente blueberries/bleuets, que son arándanos azules/mirtilos y en catalán nabius, no aranyons. Y aunque no hubieran traído envases etiquetados yo habría sabido que no eran endrinos, más que nada porque un día cuando el envase era "mudo" como quien no quiere la cosa probé uno de extranjis. Pero Manuel no se fió del todo hasta que no lo leyó impreso en el envase.

El caso es que era previsible que no aguantáramos mucho el tener arándanos azules tan al alcance de la mano (no tanto del bolsillo). La semana pasada, mientras mirábamos las galletas en telehorno, Manuel repasaba el resto de 99 recetas de galletas del libro y pensábamos cuáles queríamos hacer. Las que llevaban arándanos azules siempre eran valores seguros. Pero después de comer las "mejores galletas del mundo" esta semana teníamos claro que queríamos hacer algo diferente, puesto que otras galletas necesariamente hubieran salido mal paradas en la comparación.

Así que me di una vueltecilla por internet y me encontré con esto: Buttermilk Berry Muffins, es decir, madalenas de leche agria y bayas (bayas que, en este caso, son arándanos azules). ¡Decidido!

Así que de nuevo me tocó rallar la piel de la naranja (odio-odio-odio rallar), que a pesar de todo tiene su compensación porque el saborcillo de la ralladura de naranja o de limón siempre es garantía de cosa rica. Ahí estábamos, atareados cada uno con nuestras labores culinarias (Manuel se dedica a pesar las cosas y yo me dedico a mezclar y añadir lo que no hay que pesar). Miro qué toca después y veo "2 cucharaditas de bicarbonato sódico" y mi mente pasa por algo así: "Una... (a Manuel, en voz alta: "sí, sí, puedes echar el azúcar encima") y dos... ¿qué más? Ah, levadura. Voy a sacarla del armario". Así pensaba yo plácidamente hasta que Manuel mira la receta y me comunica un poco atacado que he mezclado dos líneas: las dos cucharaditas eran de levadura, de bicarbonato sódico era sólo 1/4. Se masca la tensión en el ambiente y, no sé Manuel, pero yo tengo una visión de una enorme masa creciendo descontroladamente en el horno. Hago un poco como si nada (aparte de partirme de risa por la estupidez propia) y con una cucharita quito el trozo (rodeado de harina y azúcar) de bicarbonato que he echado hace un momento. El problema viene con la primera cucharadita de bicarbonato que quedó sepultada bajo el azúcar. La desentierro un poco y quito lo que puedo, no gran cosa. Con lo que he quitado (que viene a ser una cucharadita y algunos granitos más) le digo a Manuel, que ahora está muy preocupado por la proporción de azúcar y harina que he quitado, que tan mal no pueden quedar, en todo caso muy, muy, muy esponjosas.

Seguimos como si nada y viene la segunda estupidez - menos grave y a la larga casi una buena idea - de la tarde. Estamos haciendo madalenas, uso el molde de las madalenas pero no los moldecitos individuales (se pueden ver aquí, por ejemplo, curiosamente hace prácticamente uno año hicimos también madalenas de arándanos azules de Betty Crocker... eso es lo bueno de los preparados, que no hay dramas con el bicarbonato). Sólo me doy cuenta cuando ya he rellenado todos los moldecitos. Por otra pare, la receta decía "llenar los moldes casi hasta arriba" y debe de ser que nuestros moldes son muy pequeños, pero quedan rebosando porque Manuel pide que no haya que hacer otra tanda de horno.

Así que al horno que van y no exagero si digo que a los 10 segundos, cuando Manuel estaba fregando toda la cacharrería, le empiezo a retransmitir telehorno y le digo que aquello ya está subiendo a toda velocidad. Manuel piensa que exagero, pero no. Definitivamente fue el capítulo más emocionante de la historia de telehorno. El contenido de todos los moldecitos sube rapidísimo y con una verticalidad que da miedo, el aceite se sale por entre hueco y hueco y yo tengo pánico de que vaya a empezar a gotear y luego venga la fiesta de la limpieza intensiva del horno (no fue así por suerte). Los moldes suben y suben por los laterales y menos mal que no puse los moldes de madalenas porque al ser más pequeños no sé qué hubiera pasado ahí.

De repente las madalenas toman una forma monísima de tartaletitas gigantes que no me hubiera importado conservar pero poco a poco, en su creciente inmensidad, van tomando forma de madalena convencional (aunque como le dije a Manuel son madalenas rebeldes porque, aunque no figuradamente (¡sólo faltaba eso!), rompieron el molde).

Al cabo de 25 minutos por fin los saco del horno. Huele de maravilla. Más tarde, después de cenar, la curiosidad nos puede y probamos uno a medias. Deliciosa la combinación de madalena+ralladura de naranja+arándano azul. Y esponjosísima la masa.

Calculamos, eso sí, que es de los dulces que más caros nos han salido: los arándanos + el aceite de oliva que lleva + los años de vida que nos quitó telehorno. Pero bueno, mereció la pena.

Por otra parte, la película de plancha nocturna de ayer era The Moon's Our Home (Viviendo en la luna), de 1936, con Margaret Sullavan y Henry Fonda que, curiosamente, habían estado casados (ya no) durante un par de meses (!) años antes. El argumento era muy moderno, muy enrevesado y muy divertido, por supuesto.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Joy


No exagero si digo que no recuerdo la última vez que me senté en mi Starbucks preferido, pegada al gran ventanal con la excusa de tener buena luz para leer pero en realidad dedicándome a simplemente mirar pasar la gente. Con calma, con tranquilidad, sin prisas (las prisas son algo que tenemos para dar y repartir últimamente).

Y con la sorpresa del primer vaso rojo de la temporada navideña. Por más que me gusta la Navidad no soy del todo partidaria de comenzar los preparativos a mediados de noviembre, pero tampoco me disgusta ir adentrándome en ella poco a poco, bebiendo Earl Grey de un vaso rojo con dibujos navideños y el calendario de adviento de este año a mi lado en una bolsa. A Manuel le espanta que la Navidad llegue antes de tiempo pero debo dejar constancia de que él se hizo con su calendario de adviento (de chocolate; el mío es tradicional, de dibujos) una semana antes que yo. Que cada uno saque sus conclusiones.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Desayunos

Dependiendo de la repostería del sábado, a principios de semana tengo acompañamiento para el té del desayuno, pero salvo en casos excepcionales como muy tarde el miércoles tengo que recurrir a fuentes de alimentación - literalmente - externas. Y me hizo gracia la transición de hace unas semanas.

Una semana estaba desayunando Phoskitos de Hello Kitty (creo que cuando diseñaban la caja tenían en mente enganchar a otro público) que, por si a alguien le interesa, saben exactamente igual que los bollitos de Pantera Rosa. Manuel odia a Hello Kitty, le tiene manía porque dice que es muy cursi (hay cosas mucho más cursis, creo yo) y el día que fuimos a hacer la compra y cogí esto casi me hace cogerme un carro aparte para llevarlo.

Y a la semana siguiente (y me he quedado enganchada a esto, porque ya lo he comprado varias semanas seguidas más) opté por un desayuno totalmente opuesto y mucho más tradicional. Además, asocio las tortas de Inés Rosales a las vacaciones del colegio. El día que retomé la tradición y abrí la primera... hmmmm, qué delicia. Siempre me han encantado los anisitos.


El único problema es que las tortas no traen pegatinas y los bollitos de Hello Kitty sí.

Y, tradicional o ultramoderno, el caso es que sea el desayuno que sea siempre va acompañado del delicioso Yorkshire Tea, sin el que ya no concibo empezar el día y que estoy bebiendo justo ahora.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Noche de viernes: Housewife, 49

Creo que tenía Housewife, 49 desde antes incluso de tener los diarios de Nella Last en mi poder, con lo cual las ganas de ver esta adaptación de su diario de guerra venían ya de lejos. El mismo viernes que pasaba la última página de Nella Last's War le propuse a Manuel ver la adaptación y además así hacer una especie de Noche de viernes conmemorativa del Poppy day con un poco de retraso. La propuesta fue aceptada y nos plantamos delante de la pantalla a ver una adaptación con muy buenas críticas y ganadora de 2 BAFTAs (Premios de la Academia Británica de Televisión) a nada menos que mejor drama y mejor actriz.

Y me llevé un chasco. Al principio me consolaba pensando que todos los cambios y las cosas que no cuadraban en absoluto eran para situar la historia, para darle el trasfondo que Nella Last va contando de pasada en los diarios y que en la adaptación, por fuerza, tienen que ser un poco más visibles.

Pero se pasó la hora y media que duraba y yo no había visto por ningún sitio a la Nella Last que tenía la impresión de conocer tan bien después de tantos días leyendo su diario. La Nella Last de la pantalla era como una copia descafeinada de la Nella Last auténtica. La verdadera Nella Last saca fuerzas de donde no las hay constantemente y comenta siempre con asombro en lo mucho que le ha cambiado en la guerra, en cómo antes se hubiera dejado llevar y ahora impone su voluntad sin dejarse arrastrar por los demás cuando no le interesa. Y siempre, tanto antes como durante la guerra, con un gran sentido del humor. Digamos que en la pantalla se han quedado con una Nella Last anterior a la guerra, pusilánime, tristona, sin sentido del humor siquiera, a la que, por raro que suene dicho así, la guerra no le aporta nada, cuando Nella Last en su diario reconocía con extrañeza que la guerra le había cambiado la vida para bien en más de un aspecto.

Ni siquiera puedo decir aquello de que si quizás no se han leído los diarios puede estar bien, porque Manuel de los diarios sólo conocía algunas anécdotas que yo le había ido contando, pero después de ver la serie dijo que le faltaba algo. Y tenía razón: le faltaba Nella Last, la de verdad. Si con las adaptaciones de novelas cuesta hacerse a la idea a veces de lo mucho que pueden llegar a retocar mal e innecesariamente a un personaje, cuánto peor parece cuando el "personaje" fue real y no le han hecho justicia.

Victoria Wood, una cómica inglesa de cierto renombre, fue quien se encargó de adaptar el diario y de interpretar a Nella Last. Y la única explicación que le encuentro a que precisamente alguien que se dedica a hacer reír haya eliminado todo el humor del diario y de la protagonista es que quería evitar a toda costa perder credibilidad y que los críticos pensaran que no era más que un papel en su línea. Ella quería demostrar que podía ponerse seria y dramática, incluso aunque el papel no lo requiriese del todo.

En cualquier caso creo que es hora de que me vaya enterando de que adaptar el sentido del humor de la narración, no de la acción, es difícil y algo que pocas veces se consigue. A Angela's Ashes (Las cenizas de Ángela) le pasó lo mismo hace unos años. El libro, con todo lo trágico que es, consigue hacerte reír mucho. La película es un dramón de tristeza gratuita. Aquí lo mismo: la guerra de fondo es indudablemente un drama, pero la gracia del asunto reside precisamente en la fortaleza que sale del sentido del humor de los que la están viviendo.

Además intentaba también consolarme con los decorados, pero ya se sabe que a la sombra de la BBC las adaptaciones de la ITV se suelen ver un poco escasas. Y aunque no estaba mal del todo, se notaba por los planos y demás que el presupuesto era justito. Aun así, no quiere decir que sea como un tema de conversación que teníamos Manuel y yo hace unos días. Hace unas semanas vi unos minutos de Amar en tiempos revueltos por primera vez y le comenté a Manuel que no sabía cómo estaría la serie en general (si juzgara por los minutos que vi no saldría nada bien parada, pero tampoco sería una opinión del todo justa porque aparte de todo Cayetana Guillén Cuervo me cae muy mal) pero lo que me había parecido peor es que estando ambientada en una época tan pobretona como la Guerra Civil y la posguerra todo está reluciente y novísimo y recién salido de tienda, desde los muebles hasta la ropa (y mira que era época de remiendos y remaches). ¿Tanto cuesta dar a las cosas un toque más natural y creíble? (Esta conversación, por cierto, la retomamos el otro día viendo el anuncio de la serie de TV3 Les veus del Pamano, más de lo mismo). El caso es que en ese aspecto Housewife, 49 estaba cuidada. Hay cosas nuevas, sí, pero no todo está sacado del departamente de diseño.

Así que sin dudarlo me quedo con los diarios de Nella Last por escrito.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Grandes inventos

Hoy, para que nadie me acuse de aparentar 70 años en el blog (por si hay algún recién llegado al blog aclaro que tengo 28. No, no, sin 1 delante, 28 a secas), voy a hablar de tecnología. Viva la diversidad de la serie galletas de canela hechas en casa - punto de cruz nocturno - reproductores y altavoces de mp3 mal diseñados.

El caso es que ahora resulta que Manuel se ha aficionado a hacer las cartillas del periódico hasta tal punto que casi se llevó un chasco cuando le dije que aunque habíamos hecho hace unos meses la de las sartenes, la de ahora de las ollas no me interesaba.

Él se lanzó a la de los altavoces para "cualquier reproductor" de Airis, con reproductor de mp3 Airis incluido aunque yo le decía que no las tenía todas conmigo con eso de "cualquier reproductor".

El viernes pasado no, el anterior por la tarde hubo un rato en que no pudimos dejar de reírnos a carcajadas y de felicitar a distancia a los diseñadores de Airis que por lo menos deben de tener... hmmmm... cinco o seis años (de edad, no de experiencia)*.

El reproductor de Manuel sólo se puede conectar a los altavoces mediante cable y no sólo no sirve para que se vaya recargando a la vez (como pasa con mi iPod y sus fantásticos altavoces bien diseñados) sino que además mientras lo tienes conectado con el cable va gastando batería. Pero eso no fue lo peor del asunto.

Lo peor de todo fue comprobar lo bien que fluye la comunicación dentro de la empresa Airis. Resulta que el señor encargado de poner la clavija en los altavoces no se habla con el señor encargado de poner el agujero en los reproductores. Y claro, ya se sabe que la falta de comunicación es muy mala. Tanta en este caso que lleva a lo siguiente:


A que el reproductor quede con la pantalla mirando hacia dentro, es decir, que no se pueda manejar ni elegir lo que se quiere escuchar. Y si se elige antes de conectarlo, al conectarlo no suena nada, se va a la pantalla inicial (o eso creemos, no se ve gran cosa por razones obvias). Con lo cual hay que conectarlo con cable, como el de otra marca. La única diferencia con el reproductor de Manuel es que este lo puedes poner a cargar en la plataforma al revés y conectar por cable al altavoz para que de esa forma un tanto enrevesada cargue y suene simultáneamente.

Para colmo, el reproductor que viene con los altavoces (que ellos llaman mp4 pero reto a quien sea a ver alguna película/serie/vídeo en esa minipantallita) no es el reproductor que es el complemento ideal de los altavoces (¡pero eso no es excusa para que el reproductor quede girado! ¿Qué cuesta poner los agujeros y las clavijas siempre igual?), el reproductor ideal por lo visto es el Airis Pop, pero da un poco igual porque las instrucciones ya te aclaran que hay funciones del mando a distancia (que con los reproductores que no son el complemento ideal, ya sean de marca propia o ajena, sólo sirve para regular el volumen) que no sirven ni con ese reproductor... ¡con lo cual no sirven para ningún reproductor del mundo! Así que me gustaría que alguien me explicase para qué se han molestado en poner unos botones que no sirven de nada.

Total, que de puro diseño surrealista nos lo pasamos en grande. Menos mal que no había sido excesivamente caro ni Manuel se esperaba grandes cosas del cacharro (hombre, un poco mejor sí que se lo esperaba) y nos pudimos reír a gusto. Lo siento por quien lo compre en serio, con grandes esperanzas, porque se va a llevar un chasco enorme.

En fin, felicidades, señores de Airis. Un gran producto, ¿eh?

* En casa de mis padres el reproductor de DVD es también Airis, ya con unos cuantos años, pero también, creo, fruto de una cartilla, y funciona bien, el diseño es correcto y funcional.

Ya que estoy con el tema de periódicos, promociones y palmaditas en la espalda, querría feliciar a El País por no poner fecha de entrega en su colección de libros de cocina. Sólo me interesan un par de entregas y es tan complicado seguirles la pista que casi estoy por pasar del asunto tanto como pasan los quioscos donde he preguntado. ¡¿Tan difícil es poner en la web o en el periódico la fecha de entrega de cada librito?! ¡Viva el márketing!

martes, 17 de noviembre de 2009

Otoño adentro

Otra tradición otoño-invernal que ya ha llegado. De hecho podía haber llegado ya hace algunas semanas, en cuanto dejó de hacer el calor sofocante que hace que la aguja se resbale y que incluso este tejido finito parezca dar el mismo calor que una manta zamorana, pero este año estaba muy vaga.

Pero ayer decidí - por desgracia bastante literalmente - desempolvar la caja del punto de cruz y sacar la ya mítica (por eterna) serie de alfabetos monocromos. Así suena más aburrido de lo que es, no es exactamente monocromo como se ve en la foto puesto que el hilo va cambiando de tono, cosa siempre extrañamente fascinante y que complica las cosas más sencillas a veces, como el orden en que haces los puntos o el hecho de que un nudo en el hilo provoque un gran quebradero de cabeza. Manuel no entiende el concepto de un alfabeto en punto de cruz, mucho menos de que este borde que se ve en la foto sea el borde del tercer alfabeto seguido en punto de cruz. Pero yo creo que está quedando muy mono.

Por otra parte, para cuando me entren ganas de variar de colores y demás tengo la sugerencia de Samedimanche... siempre y cuando haya con anterioridad comprobado los colores necesarios que ya tengo y los colores necesarios que tengo que comprar, cosa que en estos momentos me da mucha pereza a pesar de lo bonito del diseño.

Y en realidad la excusa del punto de cruz es bien sencilla: no irme repanchingando en el sofá por las noches ya sea viendo la TV o leyendo hasta quedarme dormida. Así de simple: el punto de cruz es una especie de cafeína en vena nocturna.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Galletas de canela y pepitas de chocolate

También conocidas desde el sábado como "las mejores galletas del mundo". Y esas pocas palabras entre comillas son un buen resumen de esta entrada. No es que se me hayan subido los humos a la cabeza, puesto que nuestro mérito es únicamente el de seguir los pasos del libro de las galletas. El mérito es de quien haya inventado la receta. Sea quien sea se merece un pequeño altar en la cocina. (Y si alguien quiere la receta para comprobar que no exagero que me la pida).

Cuando las marqué como posibilidad para el sábado y se las propuse a Manuel puso la cara que pone cuando le sugiero algo de canela, porque la canela es algo que no le gusta en la teoría pero sí en la práctica. Cuando se entera de que algo lleva canela tuerce el gesto, pero luego se come con gusto las torrijas o el rollito de canela o lo que sea. Menos mal que ya me lo he aprendido y me remito a la práctica para convencerlo.

Dicho esto, y con las ganas que tengo de probar el 95% de las 100 recetas del libro, las galletas me estresan mucho. Hacer la masa y eso lo llevo normal, pero cuando llega el momento de darles forma con el tamaño correcto (ni tan grandes que se queden medio crudas y sean un rollo de comer ni tan pequeñas que se quemen al cabo de un minuto en el horno) y después ponerme a ver telehorno como quien ve una película de esas de tensión en las que apenas puedes respirar es un estrés (¿habré dejado poco espacio entre ellas y terminarán formando una megagalleta única? ¿se quemarán?). Con estas, que por algo son "las mejores galletas del mundo" tuvimos una suerte enorme: el tamaño pareció ser el ideal y controlé bien - con alto grado de nerviosismo y mucho mirar y remirar el reloj - el tiempo de horneado, que para compensar estaba amenizado por un olor celestial. Terminé por tomarme la justicia por la mano y sacar las dos tandas que nos salieron (en total 39 galletas) al cabo de 10 minutos en lugar de los 12-15 que decía la receta. Qué gran decisión.

Otra pequeña libertad que nos tomamos con la receta se debió a la necesidad pura y dura. Resulta que uno de los ingredientes era "extracto de naranja". Y no tenemos, tenemos de vainilla y de almendra amarga parisina, pero de naranja, no. Me suena ligeramente haberlo visto en algún sitio pero como no tenía intención ni de remover cielo y tierra para comprarlo ni de iniciar una colección de extractos, utilizamos "extracto a la vieja usanza". Me saqué de la manga, para arqueamiento de ceja de Manuel, que un poco de ralladura de naranja y un par de cucharaditas de zumo serían igual de efectivas. Manuel no estaba muy convencido pero ante la falta de extracto no tuvo más remedio que fiarse de mí y mis apaños.

Bastó ver su cara y oírle decir lo buenas que estaban al primer mordisco esa misma noche un poco antes de Mad Men para comprobar 1) que la canela sigue sin gustarle sólo en la teoría, no en la práctica y 2) que mi apaño no sé cómo estará en comparación con la receta original y el extracto, pero había sido perfecto. Cara y palabras aparte, enseguida me abalancé sobre el plato para comprobarlo todo por mí misma. Y fue ahí cuando me pronuncié con mano firme: "las mejores galletas del mundo", sobre todo por el sabor pero también por lo bien que se nos habían dado.

Y además perfectas para el tiempo otoñal (aunque últimamente hayamos tenido una miniregresión al calorcillo) con el toque de naranja y de canela.

Eso sí, pensábamos que durarían más pero entre que no son demasiado pesadas y, sobre todo, lo deliciosas que están, salen volando de la caja de galletas a un ritmo frenético. ¡Pero y lo mucho que se disfruta cada mordisco! Parece que exagero y me he vuelto loca, pero aseguro que no. El caso es que no me atrevo a contar cuántas quedan de las 39 iniciales. No tanto por vergüenza a confesar lo glotones que somos - que eso ya se sabe de sobra - sino por pena de que se tengan que acabar.

Y de galleta en galleta llegamos a la noche del domingo, amenizada por Red Salute (estrenada aquí como El soldadito del amor, increíble pero cierto), con una Barbara Stanwyck de tendencias comunistas, un soldado (el del amor, supongo, según el título español) de discurso patriótico y anticomunista y un señor que no para de desear - en el año 1935 - que ojalá llegue otra guerra. Viendo a su mujer el deseo es comprensible, pero echando la vista atrás parece una parte del guión muy desafortunada.

Editado para añadir la receta:

Ingredientes:

- 225 grs de mantequilla blanda
- 140 grs de azúcar glas
- 1 yema de huevo batida ligeramente
- 2 cucharaditas de extracto de naranja (yo puse 2 cucharaditas de zumo y ralladura de un poco menos de media naranja)
- 280 grs de harina
- 100 grs de pepitas de chocolate
- sal


Para la cobertura de canela:

- 1 1/2 cucharadas de azúcar glas
- 1 1/2 cucharadas de canela molida

Preparación:

Precalentar el horno a 190º y forrar una bandeja de horno con papel para hornear.

Poner la mantequilla blanda y el azúcar en un bol y mezclarlos bien. Después, incorporar la yema y el extracto de naranja (o alternativo) mientras se va batiendo. Tamizar la harina y una pizca de sal sobre la mezcla. Añadir las pepitas de chocolate y remover todo hasta que no queden grumos.

Para preparar la cobertura de canela: mezclar el azúcar glas con la canela en un plato llano. Con una cuchara, tomar porciones de la masa y formar bolas. Después, pasar las bolas por la mezcla de canela hasta que queden recubiertas, pero no excesivamente. A continuación, colocarlas en la bandeja preparada para hornear dejando un poco de distancia entre ellas.

Hornear entre 12 y 15 minutos (a mí me bastó con 10). Una vez fuera del horno, dejarlas de 5 a 10 minutos en la bandeja para que se enfríen y, con la ayuda de una espátula, colocarlas sobre una rejilla hasta que estén totalmente frías.

(Hornear segunda tanda si la hubiera).

sábado, 14 de noviembre de 2009

Nella Last's War

Llevaba mucho tiempo deseando "conocer" a Nella Last. Quería los dos tomos de sus diarios desde bastante antes de comprarlos. Y luego, cuando los tuve, los iba dejando por una u otra razón. El caso es que noviembre y el Poppy Day eran la época ideal para, por fin, conocernos con sus diarios de guerra: Nella Last's War.

Antes de todo hay que decir que Nella Last no era un escritora profesional y que los más de dos millones de palabras (de ahí que los diarios sean sólo extractos, una pena) que envió a Mass Observation desde 1939 hasta poco antes de su muerte en 1968 (aunque se ha perdido 1944 entero y parte de 1945, años clave en los que sería una maravilla leer a Nella Last comentando el día D, por ejemplo) languidecieron en los archivos hasta los años ochenta cuando alguien, por fin, se dio cuenta de que esta señora que se presentaba a Mass Observation como "ama de casa, 49 (años)" y que siempre se presentó así con el paso de los años, sólo cambiando la cifra de la edad, tenía mucho que decir desde su pueblecito (con industria de guerra, eso sí) de Barrow-in-Furness en el noroeste de Inglaterra.

De modo que ella, que en varias ocasiones confiesa que le hubiera gustado escribir libros, no pudo disfrutar de su bien merecida fama. De hecho, para cuando se publicó Nella Last's War a finales de los ochenta, sólo uno de sus dos hijos, sus nietos y algunos de los vecinos y amigos de los que se habla en el diario estaban vivos para verlo.

Nella Last era una mujer excepcional y su diario no hace más que reafirmarlo una y otra vez. Es difícil imaginarla antes de la guerra, en una infancia en la que fue inválida no se sabe muy bien por qué, que luego se casó y vivió sólo para su marido y sus hijos, sufriendo por causa de esa abnegación extrema varias crisis nerviosas que la dejaban muy delicada. Pero eso lo vamos sabiendo poco a poco y creyéndolo a duras penas. El diario comienza prácticamente con el médico local dejándole a su cargo un bebé prematuro que ha nacido en una casa donde hay una abuela muriéndose y donde los padres de la criatura están bastante enfermos con gripe. El médico, que considera que las posibilidades de sobrevivir de la niña ya son escasas, cree que en ese ambiente lo son aun menos. Así que no le cabe ninguna duda de que el sitio donde mejor estará es con la señora Last. Y la señora Last obra casi un milagro que sorprende incluso al mismo médico puesto que la niña no hace más que ir a mejor gracias a los cuidados expertos de Nella Last, que se basa en su propia experiencia y en los consejos que le da el médico y que a veces tiene que adaptar a las situaciones. Cuando el médico le recomienda que, a modo de crema, embadurne a la niña con aceite de oliva, Nella Last lo hace mientras tiene aceite de oliva, pero cuando se le acaba no le queda otra que darle aceite de hígado de bacalao y confesar en el diario que la pobrecita huele un poco a pescado. No sabemos qué fue de la niña más allá de cuando al cabo de unos días el médico la recoge bien sana para entregársela a sus ya recuperados padres. Pero conociendo a Nella Last lo más seguro es que viviera muchos años y muy sana.

Y eso es sólo un episodio de los muchos en los que Nella Last da consejos sobre niños que siempre cuenta con gusto lo bien que han funcionado a los receptores. La mentalidad de Nella Last es de esas mentalidades prácticas de las que creo recordar que ya he hablado por aquí alguna vez a colación de algún otro libro (no recuerdo cuál) y cuando al llegar la guerra, el racionamiento, las dificultades y demás sus pequeños trucos cotidianos de ahorro de dinero y tiempo y esfuerzo dejan de ser algo de lo que ella siempre se había avergonzado para convertirse en pasta de buenos y solicitados consejos ella no se lo puede creer. Yo, desde luego, me quedé de piedra y casi sigo sin entender cómo dos bizcochos hechos en junio pueden durar hasta la Navidad y el mes de abril siguientes, pero Nella Last lo consigue.

Con cierta reticencia se une al WVS (servicio voluntario de mujeres) que se ocupan de tejer, organizar actos benéficos, coser y demás para soldados, hospitales, recaudaciones de dinero, etc. Nella Last pronto se vuelve imprescindible con sus muñecos caseros, su labia para las rifas, sus grandes recaudaciones, sus sabios consejos y su simpatía y buenas palabras para todos. Es sorprendente cómo cuenta en el diario alguna pequeña trifulca, algunas veces contra ella, y, salvo en contadas ocasiones, siempre admite tomárselo con humor y y comenta que mejor que tomarse las cosas a mal es hacer un buen chiste y dar por terminada la discusión. Nunca le falta el sentido del humor y quizá eso y sus reflexiones serias, profundas, sean lo que más ameno hace el diario y lo que lo hace tan real como verla a ella en plena acción.

Tal es su éxito y tal su fama de buena y apañada cocinera que pronto le piden que colabore con las cafeterías móviles que se trasladan a aquellas zonas de Barrow donde han caído bombas (porque sin ser el Blitz londinense tuvieron bastantes) o a la cafetería fija donde se atiende a los soldados que están por la zona. Y de ahí a que la Cruz Roja le pida que busque un local para abrir una tienda de segunda mano en la que se recaude dinero para enviar paquetes a los prisioneros de guerra.

Así, de vivir sólo para su familia, salir sólo para recados domésticos y nunca sin su marido, pasa a entrar y salir de casa constantemente, a ir de acá para allá, a no tener tiempo para limpiar tan a fondo como antes (luego termina por reconocer que el grado de obsesión por la limpieza al que había llegado en años anteriores era malsano), en definitiva a sentirse útil como nunca y a debatir internamente cómo una guerra puede haberle cambiado la vida para bien.

Eso no quita, sin embargo, que ella no sufra muchísimo con las noticias de la guerra. Su hijo mayor, Arthur, es funcionario y no está obligado a ir al frente, pero su hijo pequeño (Cliff Last, luego un escultor moderadamente famoso) sí y vemos a través de Nella los pasos que sigue hasta que, cansado de tener un puesto seguro en Inglaterra, pide que le envíen al frente. Ahí es cuando Nella Last impresiona al lector y a su marido. Su marido repite a Cliff una y otra vez que lo que ha hecho es una locura, que él quiere que esté a salvo, que se lo piense mejor. Y Nella Last no se muerde la lengua a la hora de decir que aunque supiera que su hijo va a morir seguro no le pararía los pies, que es preferible que haga su vida tal y como considere preciso, en lugar de luego, como les pasó a muchos en la Primera Guerra Mundial, tener remordimiento de conciencia por lo que no se hizo. "¿Tan bien crees que te ha ido tu vida que te das el lujo de organizar también la de los demás?", le pregunta a su marido. Y son cosas como esta las que, como ella misma dice, hacen darse cuenta del cambio que está sufriendo. Y para el lector son cosas como esa las que, en general, le hacen darse cuenta de la mentalidad sorprendentemente moderna de esta mujer.

Al final, Cliff sufrió heridas menores al cabo del tiempo, volvió a Inglaterra muy cambiado, como volvían los soldados del frente y Nella Last, en lugar de compadecerle, que también, le echa una impresionante charla.

Y por fin, con la excepción de los años perdidos en los archivos que comentaba al principio, llega el final de la guerra y la reacción de Nella Last es similar a las anteriores que había leído y que comenté el Poppy Day.

Me ha gustado y sorprendido tanto Nella Last que no puedo evitar hacer una excepción en mi regla no escrita (porque no suele terminar bien) de no leer dos libros del mismo autor seguidos. Ya he empezado el siguiente tomo de sus diarios, el de la paz y la sofocante austeridad de esos años (de 1945 a 1948). Conociendo a esta mujer es impensable que defraude. Y ya me froto las manos esperando a que el año que viene salga el siguiente volumen, el de los años cincuenta.

Espero, eso sí, que la edición de la paz y la de los años cincuenta, sean mejores que este primer volumen. Por lo pronto el de la paz ya me parece mucho mejor, menos mal que son otros editores. Es que este, si no fuera porque Nella Last puede con todo, es un poco desastroso. Puede ser que la política editorial haya cambiado mucho desde los años ochenta, pero le falta un hervor. Me parece bien que te aclaren que no han podido dejar el texto tal y como ella lo escribía puesto que para ella los párrafos no existían y su puntuación dejaba un poco que desear. Aun así, hay errores tipográficos, los comentarios sobre qué estaba pasando en ese momento en la guerra son repetitivos hasta la saciedad, y el ejemplo que ponen de texto original y texto editado preferiría no haberlo leído porque me parece que han modificado más de lo que deberían. En fin, que el libro daba para mucho más y no lo supieron hacer. Tiene fotos, eso sí (alguna con error en las fechas, al hijo mayor lo casan en un pie de foto años antes de la realidad), y un pequeño epílogo escrito por Cliff.

Existe también una adaptación de los diarios de la ITV llamada Housewife, 49, que vimos ayer viernes y de la que ya hablaré la semana que viene.

El caso es que Nella Last ha tenido el honor de inaugurar la temporada de manta y lectura como se ve en la foto, pero en realidad cuando estás leyendo el libro casi te sientes sentada delante de su chimenea de color miel y oyendo cómo ella te cuenta las cosas en persona.

Y así seguiremos durante unos cuantos días más, con mucho gusto.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Novedades y arcaicismos

Hay que ver cómo se lía una con las compras por internet incluso cuando la vieja excusa (¡ay, Amazon, que te estás durmiendo en los laureles!) de "amortizar los gastos de envío" ya es sólo una expresión arcaica.

Aunque hace ya unas dos semanas que disfruto - y sigo disfrutándolo enormemente - el nuevo disco de Bon Jovi, aún no lo tenía físicamente (casi un toque retro en estos tiempos). Así que encantada de la vida por los nueve euros de ahorro, el hecho de que no hubiera gastos de envío y el hecho de, con suerte, no darle un céntimo a la SGAE* me decidí a comprarlo en Play.com.

Lo malo de comprar un disco que ya vas conociendo bien y que ya tienes en el iPod es justo eso, que te llega, miras las fotos, miras el libreto, miras los agradecimientos y ya está. Aunque este tiene el añadido de un DVD con un "documental" que le da un poco de aliciente. Ayer, en broma, le pregunté a Manuel si lo poníamos después de cenar... ¡y dijo que si quería lo pusiera! ¡Eso no me lo esperaba yo! Del shock dije que no hacía falta.

Por otra parte, hay cosas inevitables en esta vida y una de ellas es no comprobar casi todos los productos de la wishlist compulsivamente en unos sitios y en otros en busca de los mejores precios. Obviamente Play.com en muchos libros tiene precio standard (se especializan en DVDs y CDs) y The Book Depository sigue siendo más barato, pero con uno de ellos me llevé una muy grata sorpresa.

Cuando en febrero estuvimos en el Imperial War Museum ya comenté que me había quedado chafada porque ya no vendían el catálogo oficial de la exposición The Children's War que tanto me gustó. Y en internet costaba veintipico euros, no especialmente caro, pero sí un precio de esos que dan un poco de pereza. Así estaban las cosas hasta el día de Play.com en que lo encontré de segunda mano descrito como una copia de exposición en una tienda y que estaba "sobado" (y de hecho en la primera página tiene un sello que dice que tiene que venderse a precio reducido puesto que ha sufrido daños en tránsito)... y que lo vendían a 3,93 euros (gastos de envío incluidos pese a no venir de Play.com sino de una tienda de Durham). Yo, pensando que con tal de que fuera legible y que las fotos se vieran bien tenía suficiente, ni me lo pensé dos veces, a la cesta que fue. Y ayer llegó en todo su enorme esplendor porque salvo por el sello de la primera página nadie diría que no está nuevecito. Y qué maravilla de libro es.

Y esa es la bonita historia de cómo un libro sobre la Segunda Guerra Mundial y el nuevo disco de Bon Jovi llegaron juntos a mi buzón y posaron juntos para una foto. Fin.

* Tengo un debate interno con esto. Por una parte cada céntimo no dado a la SGAE (ojo que digo dado, cánones y similares los considero robos) me alegra, pero por otro me queda la cosa de que la cultura en general no tiene la culpa de que la medio gestione una entidad tan corta de miras y tan estrecha de mente y que para algo servirían mis centimillos. Pero en la balanza siempre pesa más lo irritante de la entidad y la posibilidad de que inviertan mis centimillos en avasallar a un peluquero (visto en el blog de Iris) o en arremeter contra la tradición cultural de un pueblo (y por una obra sin derechos, además) en lugar de acercar a la gente un concierto, un libro o una película que el bien que pueda hacer.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Entre col y col, lechuga

Igual que siempre quedan libros por leer, parece ser que siempre quedan cosas nuevas por cocinar. No me refiero a recetas, sino a materias primas.

El otro día buscaba algo de verdura que hacer y la asesora culinaria sugirió repollo. Después de comprobar con Manuel que su comida vetada es la coliflor (¿no tiene todo el mundo una? La mía son las lentejas) y que el repollo lo aceptaba por los pelos (expresión desafortunada esta de aceptar una comida por los pelos) no hubo más que hablar.

Hubo, eso sí, unos momentos de confusión a la hora de comprar el primer repollo de mi vida, ya que aunque de aspecto se parecía a lo que yo conocía vagamente como repollo no estaba yo del todo segura de que col en catalán fuera repollo (confusión un poco tonta, claro, puesto que en castellano también se puede llamar col; de hecho, cuando intentaba decidir si sería repollo o no, no podía pensar con mucha claridad porque mi mente no hacía más que repetir "entre col y col, lechuga"). El caso es que acerté, seguí las instrucciones de la asesora culinaria de que estuviera compacto y sus indicaciones para prepararlo y cocinarlo y, voilà! salió un poco escaso (la próxima vez tiene que estar compacto y ser un poco más grande) pero rico. Y Manuel, que a pesar de todo no las tenía todas consigo, reconoció que estaba mejor de lo que se había imaginado (no había ayudado a su imaginación el hecho de que yo le mencionara a las monstruosas muñecas repollo).


Bueno, pues una comida más que puedo tachar de la lista de cosas por cocinar y añadir a la lista de platos para cocinar.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

El día 11 del mes 11 a la hora 11...

Este año cambio de foto, aunque ya no sea mía, para conmemorar el Poppy Day, que la otra ya la he usado dos años seguidos.

Me ha gustado este año, pese a lo duro que fue leer Little Boy Lost, lo de conmemorar el día del armisticio de la Primera Guerra Mundial - y en realidad el de todas las demás guerras - con lecturas relacionadas, aunque ambas en mi caso fueran de la Segunda Guerra Mundial.

Ya he comentado muchas veces que a mí lo que me interesa de la Segunda Guerra Mundial no es lo que aparece en los libros de historia. De hecho, como le contaba a Ángeles hace unos días, antes de la Selectividad confiaba en que no preguntaran por ella en el examen de Historia porque era lo que peor llevaba. Incluso a día de hoy, a pesar de que la mayoría de cosas que leo suelen incluir notas, aclaraciones o cronologías sobre la guerra, yo sigo teniendo graves problemas y si me preguntasen estaría sólo ligeramente más capacitada para responder a la pregunta. Mi cabeza sigue siendo antiadherente cuando se trata de retener por suficiente tiempo los movimientos de los Aliados y los alemanes.

En cambio si me preguntaran poco el racionamiento en Inglaterra, el Blitz, las diferencias entre los refugios Morrison y Anderson, los V1 y los V2, los barrage balloons (globos cautivos, por lo visto), las campañas de propaganda y el frente doméstico en general saldría mucho mejor parada.

Me parece mucho más interesante a la larga. Sí, de la guerra se puede extraer tal conclusión, pero del hecho de que una persona (llámese Vere Hodgson, llámese Nella Last (lectura actual), llámese como se llame) se tope con un montón de dificultades, tenga un montón de obstáculos cotidianos en su camino y sea capaz de seguir adelante y, además, tomárselo con humor, me parece muy valioso, aunque sólo sea porque es mucho más fácil identificarse con ella, ponerse en su lugar. Inspira más y la forma de vida, sin ser obviamente idéntica es muy parecida a la nuestra, mucho más que la forma de vida de la Primera Guerra Mundial.

Estos días andaba rebuscando una cita de alguno de los diarios que llevo leídos que pudiera ser apropiada para hoy. Y las que encontraba nunca me convencían del todo, sobre todo porque se perdía el contexto. Ayer, de la forma más inesperada me encontré con la frase más adecuada y que mejor refleja el sentimiento de los diarios que he leído a pesar de que es una frase que no nada tiene que ver con la guerra ni nada parecido. En los diarios suele haber cierta euforia, sí, pero en general la tendencia general suele ir más en esta dirección.

[Love] is not a victory march, it's a cold and it's a broken hallelujah.
... no es un desfile de la victoria, es un "aleluya" roto y helador.

La frase proviene de la canción Hallelujah (original de Leonard Cohen, versionada por Jeff Buckley y, entre otros muchos, por Bon Jovi, que era la versión que escuchaba yo ayer).

La foto es de cuando en febrero pasamos por el Imperial War Museum.

martes, 10 de noviembre de 2009

Noche de viernes: A Tree Grows in Brooklyn (Lazos humanos)

Ya comenté cuando leí el libro que la adaptación cinematográfica de A Tree Grows in Brooklyn (Un árbol crece en Brooklyn) se había llamado Lazos humanos. El libro fue un éxito de ventas y Elia Kazan, amigo de la autora Betty Smith, decidió estrenarse en el mundo del cine con esta película.

Cambio ligeramente de tema para comentar lo cómodo que es que lo elegido para ver en noche de viernes conste de varios episodios, como Emma estas últimas cuatro semanas. A veces estamos más inspirados y decidir qué ver no nos supone ningún problema, pero hay otras semanas que la búsqueda de programación es como una pequeña losa al cuello. La semana pasada empezó así, con distintas posibilidades pero ningún claro favorito, las desterradas de siempre que Manuel insiste en que hay que ver algún día y las por ver de siempre sobre libros que yo he leído pero que no tienen ningún aliciente para Manuel (y si lo tuvieran para mí ya las habría visto). Y de repente un día hubo telepatía, y no miento ni exagero: la misma tarde habíamos hecho la misma búsqueda y habíamos dado con la misma película que queríamos ver: A Tree Grows in Brooklyn (Lazos humanos) . Así, sin aviso ni comentarios previos. Casualidad que ahora utilizo para intentar convencer a Manuel de que el momento telepático de Jane Eyre es creíble (Charlotte le dijo a Elizabeth Gaskell que no era inventado, que algo así había pasado de verdad).

Y encantados de la vida con nuestra decisión telepática nos sentamos el viernes a verla en las mismas condiciones variables de esta época del año: primero un rico helado de la nueva frutería/heladería (no paro de hablar de ella aquí por unas cosas o por otras desde que la abrieron) y después unas castañitas asadas de, oh sorpresa, la nueva frutería/heladería.

Fue un éxito de comunicación telepática porque nos gustó mucho. Como adaptación no tiene desperdicio, es de esas tan buenas en las que la transición libro-película es indolora, el sueño de un purista, pero que también funciona para los que no quieren fotocopias del libro (el guión estuvo nominado al Oscar y de hecho el actor que hace de Johnny Nolan se llevó el Oscar). Eso sí, incluso siendo bastante larga (más de dos horas), acaba un poco antes que el libro, no diré en qué punto para no destripar ni el libro ni la película.

De hecho es de esas en las que poco puedo comentar mientras la vemos ni después por aquí: no hay actores a los que criticar ni guionista al que poner verde ni cambios inexplicables de los que reírse. Y que conste que lo prefiero así.

Antes mencionaba Jane Eyre y curiosamente la niña que hace de Francie es Peggy Ann Garner, que había interpretado a Jane Eyre de niña en la adaptación de 1944, es decir, sólo un año antes de rodar esta.

Una de las mejores cosas de la película para mi gusto es lo bien recreado que - me imagino, obviamente no lo sé a ciencia cierta - está recreado el Brooklyn de la época: ruidoso, lleno de gente por la calle, con niños corriendo, jugando, la escalera del edificio donde viven los Nolan siempre a rebosar de gente deseando cotillear. Y en mitad de eso el día a día de los Nolan y Johnny cantando las canciones para los pobres que en el libro no sabíamos que música poner a la mayoría y Francie con su ambición de leer todos los libros del mundo.

En fin, que la incluyo en mi selección particular de películas que deberían ver todos los adaptadores en potencia. ¡Y que tomen apuntes!

lunes, 9 de noviembre de 2009

Brownies de doble chocolate con nueces

Me comí el último panellet de los hechos el sábado el viernes, y esta enorme bandeja de contundentes brownies va camino de ir a durar el mismo tiempo.

La receta está sacada del libro del chocolate con alguna variación (si alguien quiere la original que me lo diga y la copio). Probablemente no debería, pero suelo ignorar el asunto de "molde de X cm", más que nada porque si tuviera el molde de X cm que pide cada receta tendría un muestrario de moldes de todos los tamaños y formas. Así que lo ignoro y lo hago en lo más parecido que tengo. En este caso las instrucciones sugerían un molde de 23 cm y el nuestro era de 30. Y, sinceramente, creo que los brownies han quedado de la altura que tienen que quedar. Más altos hubiera sido demasiado, creo yo.

Como siempre la receta tenía un ingrediente no fácilmente encontrable. Recuerdo haber visto pepitas de chocolate blanco en algún sitio, pero no en qué sitio. Y de haberlo recordado tampoco sé si hubiera ido a por ellas. El caso es que en nuestro supermercado habitual no hay, pero hicimos un buen apaño con dos tabletas de chocolate blanco troceadas a mano (con cuchillo) y, como aun así todavía eran menos gramos de los que pedía la receta, suplimos el resto con pepitas de chocolate negro (los brownies ya llevaban chocolate negro fundido, es decir, que lo del "doble chocolate" del nombre de la receta sólo lo potenciamos) para alegría de Manuel, que odia el chocolate blanco pero no puso ninguna pega a estos brownies.

Manuel aceptó esas dos chapucillas sin problemas, pero a lo que se negó fue a complementar los 100 gramos de azúcar moreno que nos faltaban con azúcar blanco (por más que yo le decía que en realidad sólo afectaría un poco al color). Nada, se vistió y se fue a comprar otro paquete de 1kg de azúcar moreno. Menos mal que tenemos el supermercado enfrente.

Cuando me senté delante de telehorno, al no llevar levadura, pensaba que iba a ser un episodio tirando a aburrido, pero qué va. Por alguna misteriosa razón la masa subió. Y el olor fue espectacular como sí que era de esperar.

Fue con el desayuno con lo que realmente descubrimos que un cuadradito era contundente como una piedra. Y con el desayuno también leí un artículo de Javier Marías de esos que se merecen aplausos y vítores.

Contundente o no, eso no impidió que al llegar a casa por la tarde y dejar el vendaval que había fuera (odio el viento) me hiciera un buen té blanco de vainilla y me cortara un pedacito para merendar, justo antes de dar por fin - y a ver si definitivamente ya - por inaugurada la temporada de lectura y manta.

¿Y qué mejor forma de entrar en calor que planchando? Bueno, es una forma de verlo y la compañía era buena. Ayer volvió el Thin Man (es curioso que el nombre de esta serie de películas saliera, en principio, del nombre del asesinado en la primera, pero que luego se asociase al detective Nick Charles interpretado por William Powell): After the Thin Man (Ella, él y Asta), donde el adorable perrito Asta tiene más protagonismo. Muy divertida, no me extraña que en la época fueran películas muy populares. A la saga aún le quedan cuatro películas más, así que con el tiempo iremos viéndolas.